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domingo, 2 de octubre de 2011

En serio

Sostuve el vaso. Lo admiré un rato. Bebí, y solté el vaso sobre la barra. Solté también un ligero suspiro. Subí la mirada. Entre el murmullo del pequeño salón logré hacerme oír a la camarera del bar y pedir otro whisky en las rocas. Entre el murmullo logré entender un "en seguida" en un tono tan dulce acompañado de su sonrisa que me pareció que lo amargo de mi bebida no existía.
Algo llamó mi atención y voltee hacia la puerta del bar. Tardé un rato en acostumbrar mi vista  a la luz tenue del resto del cuarto, comparada con las luces que iluminan la barra. Había varios pósters de los Beatles y de Bob Marley. Uno de Creedence y junto a la puerta lo que parecía ser Barry Manilow con un título que leía "Copacabana". Se abrió la puerta y entró un hombre. Voltee para evitar hacer contacto visual con él. Sí, lo conocía. No, no quería hablar con él. Colgó su abrigo en un perchero. Otro tanto hizo con su sombrero. Para mi no-sorpresa, se sentó a mi lado. Se retiró los guantes y los colocó sobre la barra del bar. La camarera volteó, y este hombre que yo conocía y con quien no quería hablar hizo una seña de que por el momento no se le apetecía nada de beber. La camarera encogió los hombros, volteó, y en tres segundos me trajo mi bebida.
Jugué un rato con mi vaso, dándole vueltas sobre la barra mientras esperaba lo inevitable. Y ocurrió.
"Recibí tu mensaje." dijo el hombre sentado a mi lado.
Después de una corta pausa, dejé mi vaso en paz, di un suspiro y respondí "No te he enviado ningún mensaje". Con un movimiento saqué mi teléfono y lo coloqué sobre la mesa. Con otro más le acerqué el teléfono. Rió. Con un tercer movimiento me llevé el vaso a la boca y di un trago. Lo solté sobre la barra.
"No me refiero a ese tipo de mensajes." Pausó. No hay, por tu lado, patadas de ahogado más evidentes que privarte de los demás. Quizás, y tal vez se te pueda ocurrir en un momento dado, eres más predecible de lo que crees."
Bebí. Bajé mi vaso. Suspiré otra vez. "Quizás," dije, y después pausé. Después de un minuto en el que sólo se oía el murmullo ensordecedor del bar, seguí. "¿cómo me encontraste?"
Rió de nuevo. "¡Quién sabe, sabes! Si te querías desaparecer no podías estar ni en tu casa ni en tu oficina. Luego, deberías de estar en un bar. No uno muy concurrido, nunca te gustaron los caminos que llevan a Roma. Entonces decidí buscarte en un lugar diferente. Lo demás fue suerte."
"Parece que me acosas."
"Quizás." Rió. Reí. Pausa. "¿Qué quieres?"
"No sé. No importa."
"¿Qué necesitas?"
"Tiempo, tal vez.  Tal vez no." Callé. El guardó silencio por un largo tiempo. Entonces entendí. Reí. Rió. Reí más fuerte y siempre dentro de mí. Y guardamos de nuevo silencio. Mucho tiempo, quizás. Quizás un largo tiempo. Rió. Reí de nuevo. Bebí. Y volvimos a guardar silencio.
"Y, a todo esto, ¿por qué viniste a este lugar?"
"Quería un trago."
"No, a este bar en especial."
"Pensé que sabrías qué hago aquí. Tú me encontraste, después de todo."
"Sí, lo hice. Pero te repito, en gran medida fue sólo suerte." Rió. Reí.
Voltee a ver a la camarera. Estaba sirviendo un par de cervezas para los señores sentados al otro lado de la barra. Volteó también a verla. "Tiene ojos bonitos" dije.
Me respondió una voz diferente: "¡Perdón!" y desperté de mi estado onírico. Seguía solo en la barra. El olor a cigarro, el ambiente bohemio y la luz tenue seguían inundando el lugar. Fue la camarera la que me había respondido. No sabía qué decir.
"Disculpe," respondí, "debí haber estado hablando solo." Reí nerviosamente.
"No mucho, sólo que sacó un par de palabras entre dientes." Rió nerviosamente. Siguió atendiendo el lugar. Suspiré de nuevo y me llevé mi trago a la boca otra vez. Al cabo de unos minutos, la camarera se acercó a mí de nuevo. Ya nadie requería su servicio. Todos bebían. Volví a beber. Me volteó a ver, y preguntó: "Y..., ¿quién?"
"¡Disculpe!" Me sacó de mi estado. No esperaba que me hablara.
"Sí, ¿quién tiene ojos bonitos? Fue todo lo que dijiste antes de que interrumpiera tu plática contigo mismo." Reí nerviosamente. Sonrió nerviosamente. Cruzamos la mirada un segundo, y sólo por eso respondí.
"Tú." dije. Rió, sonreí. Se marchó y siguió atendiendo el lugar. Voltee a ver el asiento de al lado. Estaba vacío. No había nada colgado en el perchero tampoco. Ni un abrigo. Ni un sombrero. Ni unos guantes sobre la barra. Bebí. Volví a beber. Bebí por tercera vez y me terminé mi bebida. Regresó la camarera.
"¿Otro más?" Sonrió.
"No, gracias." Sonreí. Un par de pensamientos cruzaron mi mente. Acerca de trabajo y familia. Acerca de lo poco que importaba eso en aquellos momentos. De lo poco que recuerdo de aquellos momentos. Me levanté.
"¿Ya te vas?" preguntó. Asentí. "Sabes, mi turno termina en diez minutos. Tal vez quieras esperar e ir por un café conmigo." Reí. Rió.
"¿En serio? ¡Con el sujeto del bar que habla solo?" Sostuve una mirada algo extraña. Mi sorpresa era real. No fingía. Pero ella parecía seria. No en un mal sentido, sino en un sentido de que su idea era tan firme y que difícilmente dudaría de su pregunta. Me sentí pequeño por un instante. Sólo por un instante, pero regresé a mí.
"Sí. Bueno, tengo curiosidad de saber de qué trataba la conversación que estabas teniendo en tu cabeza." Sonrió. Reí.
"Me parece bien." dije. En verdad me parecía bien la idea. "Soy Rolando, por cierto."
"Susana." sonrió. Sonreí. Esta vez en serio.

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